miércoles, 17 de junio de 2009

Durandal

Tras el cierre del Maeloc, quedados sin hogar los jueves, ahora nos covijamos en un bar que se llama Durandal. El nombre de una espada que perteneció a un gran caballero, el caballero Roldán. Ahí va " la chanson de Roldan"

El caballero Rolando, también llamado Roldán, recibió la espada Durandal o Durandartede manos de Carlomagno. La espada guardaba varias reliquias , un diente de San Pedro, sangre y cabellos de san Basilio, así como manto de Santa María. Por ello era una espada poderosa. Roldan huía de los guerreros musulmanes después de haber fracasado la expedición a Zaragoza organizada por su tío, el emperador Carlomagno. Sus tropas habían sido devastadas en la batalla de Roncesvalles. Los ejércitos de Carlomagno se replegaban hacia las tierras seguras del otro lado de los Pirineos. Rolando, malherido y con su espada Durandal en la mano, logró llegar hasta Ordesa. Ya no podía hacer frente a sus perseguidores. Lo único que deseaba era llegar a su patria y que su cuerpo fuera sepultado bajo la tierra que lo vio nacer. Pero delante de él se alzaba una mole de piedras, rocas y hielo. Ya no le quedaban fuerzas y decidió que su fiel arma no sería ultrajada por los enemigos. Empuñó a Durandal y la lanzó en línea recta. La espada recorrió miles de metros en dirección a la montaña pero no chocó contra ella, sino que la atravesó y la abrió en canal.
Y a través de la brecha abierta, Rolando pudo contemplar aquellas otras montañas más lejanas que eran parte de su tierra. El guerrero pudo morir tranquilo, con los ojos abiertos y fijos en la hendidura de la montaña que se llamó, desde entonces, la Brecha de Roldán o Brecha de Rolando.

viernes, 5 de junio de 2009

La sala de las gárgolas

Estábamos en la sala de la cripta atrapados. Avancé a la puerta del fondo y la abrí sin problemas. Vimos un nuevo pasillo, las paredes cada vez estaban más húmedas y Galdor nos comentó que había algo mágico en el ambiente. Seguimos avanzando cuando de repente dos mazas aparecieron en mitad del pasillo a la altura del enano y la semielfa. Con un rápido reflejo se apartaron y salvaron de ser aplastados, comprendí que no iba a ser tan fácil como parecía.

Continuamos por el pasillo, con cuidado por si había más trampas, y desembocamos en una sala. En el medio de ella como la anterior había ocho tumbas en dos hileras, y alrededor en la pared se disponían puertas. El tiflin se acercó a la pared donde se disponían antorchas, mientras encendía la primera se oyó un estruendo proveniente de las tumbas. Algo se estaba moviendo dentro de ellas, hasta que vimos saltar una momia por cada una de las tumbas, sin pensarlo nos pusimios al ataque hasta terminar con ellas.

Después del combate, encendimos todas las antorchas, abrí otra puerta que estaba en el lateral izquierdo y entré detrás del tiflin primero. La sala estaba iluminada con una luz rojiza, al fondo había tres estatuas en fonrma de gárgolas. Me acerqué a ellas atraida por esa luz rojiza y desbubrí que en los ojos de cada una de ellas había rubíes.

- Ey! venid esto de la pared parece una puerta - mientras gritaba el tiflin acerqué mi mano a tocarlos y les apreté como si fueran un botón, cuando de la figura del medio salió un rayo rojo que impactó al dracónido. Ante nuestro asombro vimos como poco a poco se estaba convirtiendo en piedra. Él intentaba evitarlo luchando contra él mismo.

La puerta de frente del tiflin se había abierto, mientras la maga hacía todo lo posible para deshacer el hechizo de petrificación que estaba consumiendo al dracónido.

Entramos en la sala y vimos una estantería con libros y un baúl. Galdor fue directo a echar un vistazo a los libros, todos eran de historia pero uno de ellos le llamó la atención, había algo de magia en él aunque no tenía lomo. Sin decir nada vi como se lo guardaba. Me acerqué al cofre junto al tiflin e intenté abrirlo, aunque había abierto más de una vez candados con éste no pude. El enano sin paciencia me retió de él y dándole un par de martillazos rompió el candado. A su vez entraron también la maga y el dracónido que por fin se había deshecho de la piedra de su alredor. Demtro del cofre había una capa y un par de botas, al verlo perdí el interés aunque me vino a la imagen los rubiés de las gargolas. Con sigilio volví a la sala anterior y empecé a rascar hasta que conseguí llevarme uno. Me lo guardé enseguida y salí de la sala por detrás del resto.

Nos quedaban cinco puertas más, fuimos abriendo una tras otra saltando las trampas que había en cada uno de los pasillos, puas que salían del suelo, valdosas que se caían, pero al final llegamos a la sala que desde que entré en ella supe que era la que buscábamos desde el principio.


lunes, 1 de junio de 2009